La impunidad
traspasa
la raya amarilla
Testigos aseguran que Wilfreiber Leandro Campos Molina, de 17 años de edad, fue detenido por funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana durante los disturbios que ocurrieron en Los Próceres, el 17 de febrero de 2018, durante la celebración de la Octavita de Carnaval. Extrañamente, los captores lo habrían trasladado al interior de la estación del Metro Los Símbolos. Estuvo desaparecido durante cinco días y, extrañamente, su cadáver fue encontrado en los túneles del subterráneo cerca de la estación El Valle
Erick S. González Caldea
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Leandro no ha llegado? La interrogante resuena en su memoria como un eco del que no puede deshacerse haga lo que haga, esté donde esté. “¿Leandro no ha llegado?, ¿Leandro no ha llegado?, ¿Leandro no ha llegado?”…
Desde la noche del sábado 17 de febrero de 2018 Thaína había escuchado a su esposo preguntar, una y otra vez, dónde estaba el muchacho. Ese día, a las 2:00 pm, Wilfreiber Leandro Campos Molina, de 17 años de edad, había salido hacia Los Próceres, para la celebración de la Octavita de Carnaval, organizada por la Alcaldía de Caracas.
Thaína abre las puertas de su hogar. En su casa ubicada en el sector Terrazas de Caricuao destaca un piso especialmente brillante (como si le pasaran una pulidora todos los días) así como altares y tambores con los que se rinde culto a los orishas.
Ofrece un café recién colado, cuyo olor se esparce desde la cocina hasta la sala. Coloca azúcar en la tasa de su interlocutor y remueve, remueve y remueve… Parece distraída.
Muestra, poco a poco, el legajo de documentos: el acta de defunción, la denuncia hecha ante el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), así como una hoja tamaño oficio donde escribió su versión de los hechos para consignarla ante la Defensoría del Pueblo.
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Thaína Molina escapa del odio a través de la oración, pero sigue exigiendo justicia por el asesinato de su hijo /Foto Mikel Ferreira
Habían transcurrido dos semanas y Thaína lloraba a su hijo de 17 años de edad como el día en que se enteró de su asesinato. Con la mano derecha secó sus lágrimas y se dispuso a contar la historia. Comenzó por su mayor certeza: su hijo fue sometido y capturado por funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana (PNB).
“Estaba tan angustiada que le pedí a Isaac, el de 14 años, que se metiera en Facebook y escribiera algo, que preguntara si alguien sabía de Wilfreiber Leandro. Los amigos que estaban con él ese día vinieron a decirme que vieron lo que pasó. Me dijeron que la policía lo había agarrado en la estación del Metro Los Símbolos”.
La mujer tiene dos versiones de lo que pudo haber sucedido: “Según los amigos de mi hijo se formó un zaperoco. Ellos dicen que no sabían qué pasaba, que llegó la policía y la gente empezó a correr; que, como se asustaron, corrieron hasta el Metro de Los Símbolos, el más cercano a Los Próceres”.
Otra versión, publicada en los medios de comunicación, indica que la incursión de la PNB ocurrió después de que muchos de los presentes en el jolgorio comenzaron a corear “y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer”. Además intervinieron miembros del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin). Los testimonios recabados por la prensa son coincidentes: fue detenido un número indeterminado de personas.
Dos veces a la semana durante tres meses, Thaína se reunió con los reporteros de Proiuris para tratar de reconstruir el asesinato de su hijo. Pero faltan piezas…
“Quería estudiar diseño gráfico”
El cuarto que Wilfreiber Leandro compartía con sus hermanos varones está tapizado con dibujos que había hecho el adolescente asesinado. Son más de 20, algunos hechos con carboncillo, otros con tinta negra. Un torso desnudo cuyo rostro es una gran nube; animales marinos resaltan en las paredes pintadas de azul.
La imaginación y el ingenio eran parte de Wilfreiber. Vivaz, alegre, juguetón son las cualidades que recuerdan vívidamente sus padres, en especial sus hermanos. Cantar y dibujar, eso era la vida del joven.
El adolescente se vinculaba con la imaginación a través del dibujo Foto/ Mikel Ferreira
Wilfreiber Leandro era el tercero de los cuatro hijos de Renato y Thaína. Él profesor de música en el liceo Rafael Guinand de la UD5; ella maestra de la Fundación del niño César Rengifo, ubicada en la UD3. Durante los 25 años que tienen de casados conformaron una familia con Kleiver, de 24 años de edad, Yemayery, la hembra de 21; Wilfreiber Leandro, de 17 años, e Isaac, de 14 años.
Thaína entra a la habitación que ocupaba su hijo y asume el rol de guía de una exposición artística. Muestra los dibujos de Wilfreiber Leandro, los admira, la enorgullecen. Parece olvidar que cada vez que el reportero la visita hace lo mismo.
La tristeza le hace algunas concesiones cuando habla de los sueños y aspiraciones del muchacho, hasta sonríe hablando de eso: “Quería estudiar diseño gráfico. Era muy bueno ¿sabes? También era músico, tocaba tambor y cantaba”.
Wilfreiber Leandro era percusionista y le gustaban los ritmos afrocaribeños. Lo aprendió con su padre. Pero era un muchacho y también había sido atrapado por el ritmo casi hipnótico del reggaetón, el hip hop y el rap.
La tristeza, persistente, regresa y las lágrimas tercas también. Pero Thaína las vuelve a secar y sigue. “Cuando salía de su cuarto en la mañana me cantaba, siempre me cantaba”, recuerda.
La muerte se incorporó a la vida
“Vivo el luto de la pérdida de mi hermano pero no puedo echarme a morir, debo estar bien por mi hijo” cuenta Yemayery, madre de un bebé de un año. “Leandro quería mucho al niño, era muy cariñoso con él”, dice mientras hace labores de limpieza en el hogar de su madre, donde aún vive.
La cotidianidad de ese hogar ahora tiene un nuevo componente: la muerte. El paso del tiempo no parece amainar el dolor que todavía causa el fallecimiento inesperado de Wilfreiber Leandro.
“El caso está muerto totalmente allí. ¿A dónde tengo que ir? ¿Qué tengo que hacer, para que eso se impulse?, ¿Qué ha pasado con el caso? Sin meter cosas políticas, simplemente buscando respuestas”
Thaína Molina
Los varones Campos Molina viven el dolor diferente. Kleiver le ha puesto coto a las lágrimas. “¡Quiero ver presos a quienes mataron a mi hermano! ¿Por qué, por qué lo hicieron? Necesito cerrar esto. ¡Quiero que se haga justicia!”, exclama el muchacho lleno de ira.
Isaac tampoco llora, pero dice sin pena alguna que se siente triste. “Mi hermano era alegre, le gustaba la música. Siempre estábamos juntos. ¿Por qué alguien querría matarlo?”. Su voz se quiebra cuando dice “quiero saber quién lo mató”.
La muerte de Wilfreiber Leandro ha tenido un impacto especialmente negativo en su hermano de 14 años. “Se ha puesto rebelde y quiere imitar a Leandro. Él no es Leandro. Tal vez no ha asimilado el proceso de su muerte”, dice la madre. Y posiblemente ninguno de los miembros de la familia lo haya asimilado aún. “No sé cómo vivir con esto, pero tengo que seguir. Los primeros días pedí permiso en el trabajo, pero regresé. No puedo abandonar a los niños del pre escolar, no puedo dejar a esos niños sin una maestra. Mi hijo está muerto, pero no puedo morir yo”, se dice a sí misma la madre del joven asesinado.
El rencor merodea los alrededores de la casa como si fuera un lobo listo para atacar, pero Thaína lo esquiva cada vez que sale de su hogar: "Solo quiero que se haga justicia y que esto no le ocurra a otro muchacho".
La búsqueda
Renato Campos fue el último miembro de la familia que accedió a hablar con Proiuris sobre el homicidio de su hijo. De entrada fijó las reglas: nada de política, nada de derecha o izquierda. “Soy chavista y no quiero politizar este caso, solo quiero saber la verdad”.
Leandro era percusionista, lo aprendió de su padre Renato Campos, profesor de música. /Foto Mikel Ferreira
Siempre lleva un koala negro, donde guarda copias de las denuncias formuladas ante el Ministerio Público y la Defensoría del Pueblo, así como los números telefónicos de los dos funcionarios del Cicpc asignados a la investigación del homicidio de su hijo, anotados en una libreta.
Narra el periplo que debieron recorrer para saber acerca del destino del muchacho. Desde el domingo 18 la familia comenzó a buscar al joven de 17 años, sin ningún resultado. “El 20 de febrero fuimos a la PNB de Los Símbolos. Nos mandaron para el Helicoide, allí tampoco estaba. Fuimos hasta la morgue. Allí nos pidieron nuestros datos para llamarnos si sabían algo de nuestro hijo”, precisa. Salieron de la medicatura forense de Bello Monte con la esperanza de que las noticias sobre el adolescente desaparecido no provinieran de allí.
El 21 de febrero Renato y Thaína consignaron ante el Ministerio Público una denuncia por la desaparición del muchacho. Dos días después, el sábado 24 de febrero, repicó el teléfono de la casa y Thaína atendió. Supo que el peor de sus temores se había hecho realidad cuando la voz al otro lado del teléfono se identificó como un funcionario de la Morgue de Bello Monte: su hijo estaba muerto.
“Vivo el luto de la pérdida de mi hermano pero no puedo echarme a morir, debo estar bien por mi hijo”
Yermayery Campos
De acuerdo al informe policial, el cadáver fue encontrado el 21 de febrero al borde de uno de los túneles que conducen a la estación del Metro de El Valle. La autopsia indica que el joven murió a consecuencia del desprendimiento de la primera y segunda vértebras cervicales. Tenía la cabeza rapada y vestía una ropa que se había llevado en su bolso para jugar carnaval, indica Thaína luego de haber visto fotografías del cadáver de su hijo.
Los videos que no aparecen
“Se le agradece al joven de franela verde y morral negro que está cruzando la raya amarilla abstenerse de hacerlo. Se le recuerda a los señores usuarios que la raya amarilla es el límite de su seguridad”. Mensajes como este se suelen escuchar desde los altavoces del Metro de Caracas. A pesar del caos que caracteriza el transporte subterráneo, se supone que todo lo que allí ocurre, incluso en los vagones incorporados más recientemente, queda registrado en cámaras de un circuito cerrado de televisión. Es una oferta de seguridad con propósitos disuasivos contra la criminalidad desatada en Caracas y que, cómo no, también se ha propagado al principal medio de transporte utilizado por los caraqueños. Y en materia de investigación policial los registros de las cámaras de seguridad del Metro constituyen una fuente de pruebas. Se trata de una pesquisa tan básica como ineludible.
Thaína Molina conserva la última foto de su hijo, tomada el día de su cumpleaños, semanas antes de ser asesinado / Foto Mikel Ferreira
Los videos del Metro son determinantes para aclarar las circunstancias de la detención y del asesinato de Wilfreiber Leandro Campos Molina. Al Metro lo introdujeron los funcionarios de la PNB que lo detuvieron, según aseguran testigos; en el Metro hallaron su cadáver. ¿Dónde están esos videos? Es la pregunta que se hacen los familiares del adolescente.
El 21 de febrero de 2018, Renato Campos acudió por primera vez al Ministerio Público para exigir que se investigara el asesinato de su hijo. Lo atendió el fiscal 101°, José Miguel Quintero. Cinco días después, Thaína Molina hizo una gestión similar ante la Defensoría del Pueblo. En ambos casos les aseguraron que darían con los culpables y los sancionarían conforme a la ley.
Thaína no se conformó. Sola y sin conocer los procedimientos fue a pedir explicaciones al Cicpc. Durante 30 minutos relató lo que sabía sobre el crimen. La oyeron, registraron su denuncia y le pidieron que esperara. Se supone que la investigación formalmente comenzó el 1° de marzo. Dos semanas después le aseguraron que las indagaciones seguían su curso normal. “Solo me llamaron para decirme que están revisando los videos del Metro, porque allí debían salir los culpables”, señaló.
“No quiero que esto le pase a otra persona”
Thaína Molina
Esa sería la última llamada de los investigadores que recibieron los padres de joven asesinado. Por ello, el 16 de mayo de 2018, tres meses después del homicidio, regresaron al Ministerio Público. Ocuparon el quinto lugar en la cola para ser atendidos en la recepción de la Fiscalía, donde dejaron una comunicación dirigida a Beysce Loreto, directora de Actuación Procesal del Ministerio Público, con copia a la fiscalía 104° de Protección para Niños, Niñas y Adolescentes. La demanda era legítima y simple: que agilicen las investigaciones, que el crimen no quede impune.
Hasta ese momento, los funcionarios del Cicpc a cargo del caso no les habían dado respuestas sobre la revisión de los videos del Metro. Los padres de Wilfreiber Leandro comenzaron a sospechar que había una intención deliberada de engavetar el asunto, enredarlo en trámites burocráticos y, en definitiva, provocar su agotamiento.
Los detectives adscritos a la División contra Homicidios de la comisaría de El Paraíso, Jesús Claudes y Gregorí Parra, fueron consultados por Proiuris sobre la marcha de las investigaciones. Sin embargo, no sueltan prenda. “Se está investigando”, dicen. Lo mismo respondió el director de la policía científica, Douglas Rico, cuando se le preguntó sobre el caso de Wilfreiber Leandro, en una conferencia de prensa sobre otros temas que ofreció el lunes 19 de marzo de 2018. Mientras, el fiscal Quintero, se limita a esperar que los funcionarios del Cicpc le reporten resultados.
Renato lucha contra la frustración. “Los dos policías ni me atienden las llamadas, sus números me mandan directo a la contestadora. De la Fiscalía tampoco nos llaman”, aseguró.
Thaína, corajuda, decidió enfrentar a los investigadores el 30 de abril de 2018.
—Presumimos que el fallecido murió electrocutado, le dijo el detective en jefe del Cicpc, Jesús Chauter, en la Comisaría de El Paraíso.
—No. Yo tengo pruebas de que mi hijo murió por el desprendimiento de la cervical, refutó la madre.
—Señora, nosotros solo presumimos…
—Yo tengo el certificado de muerte. Hablé con la patóloga, insistió Thaína y sacó el certificado de defunción de una carpeta.
—Esas son evidencias que todavía estamos recopilando, seguimos investigando, se excusó el detective.
—Tú presumes, yo tengo pruebas, replicó la mujer.
“El caso está muerto totalmente allí. ¿A dónde tengo que ir? ¿Qué tengo que hacer, para que eso se impulse? ¿Qué ha pasado con el caso? Sin meter cosas políticas, simplemente buscando respuestas”, dijo luego a Proiuris en medio de su desesperación.
Por elemental sentido común, la madre de Wilfreiber Leandro sigue empeñada en que se recaben los videos del Metro: “Ellos me dicen a mí que vieron los videos de los días 17 y 18, pero dónde están los del 19, 20 y 21 de febrero. Mi hijo fue asesinado el 21 de febrero y lo encontraron en una estación del Metro ¿Acaso él caminó solo hasta esa estación y supuestamente se electrocutó? ¿Los otros días dónde estaba él metido? Él estuvo cuatro días secuestrado. Eso es un hecho”.
Los padres del muchacho asesinado le han sugerido a los investigadores que indaguen sobre dos detalles: Wilfreiber Leandro apareció con el cabello rapado (cuando salió de su casa no estaba así) y con una franela de cuadros que se había cambiado anteriormente, porque cuando lo atraparon tenía puesta una color anaranjado. Sobre estas dos inconsistencias tampoco han recibido respuestas.
A pesar de todo, Thaína y Renato no claudican en su propósito. Tanto así, que ellos mismos se ocuparon de buscar los testigos que aseguran que la víctima fue detenida por funcionarios de la PNB, y lograron que sus testimonios fueran incluidos en el expediente.
Desde que enterraron a su hijo, el 28 de febrero, a un lado de la tumba del diputado Robert Serra, en el Cementerio General del Sur, la vida de Renato y Thaína adquirió otro sentido: que se haga justicia por la muerte de su hijo. “No quiero que esto le pase a otra persona”, repite la madre.
Aún así, Thaína insiste en preguntarse: ¿Lo detuvo la policía? ¿Lo mataron ellos? ¿Por qué? ¿Dónde lo llevaron? ¿Qué fue de él entre el 17 y el 21 de febrero? ¿Por qué tardó tanto la entrega del cadáver?.
Ahora, no pregunta dónde está Leandro, ya lo sabe. Ella se sienta en uno de los sillones de su casa, frente a un balcón, con la mirada perdida, y dando vueltas en los hechos. Recuerda a su hijo. Las lágrimas, tercas, regresan. Wilfreiber Leandro no.